domingo, 24 de mayo de 2015

Novilladas veas y las disfrutes...¡sin acritud!

Un nuevo aficionado a los toros salía de una de las mejores plazas de España después de una corrida que le resultó muy interesante. Oyó a un padre decirle a su hijo que para aprender y saber de toros había que ver muchos y que dónde más se aprendía era yendo a novilladas y viendo lo mal que se pueden hacer las cosas. Se quedó perplejo y lo pensó varias veces durante los siguientes días. No quiso preguntar a nadie. Después de todo era un simple comentario captado mientras caminaba de vuelta al coche.
Pasó poco tiempo y decidió que quería también ver novilladas. En realidad no le había dado tiempo a planteárselo. Casi sin pensar y sin reflexionar sobre muchos detalles que le eran ajenos, empezó a ver corridas hacía poco tiempo y había llegado el momento de ir a una corrida  de novillos sin picadores. Cuando acabó el festival empezó el espectáculo de la vaquilla, que le hizo reír, emocionarse, recordar tiempos lejanos, desear pisar la arena y experimentar la excitación característica.
El festejo taurino le dejó buen sabor de boca a pesar de que había visto "cosas" que le parecían inauditas. Disfrutó, fue, en una palabra, feliz, durante esas horas. Pensó que quizás se tratara de eso y de poco más.
Pero le asaltaban las dudas. El libro que estaba leyendo sobre la Tauromaquia era muy crítico y desde ese punto de vista, lo que acababa de ver era, sencillamente, impresentable.
Había visto a la mayoría de la gente reír, emocionarse, aplaudir, gritar, pedir orejas, rabos y hasta patas. En los momentos más desafortunados había visto a gente aplaudir y animar a los toreros e incluso pedir una segunda oreja para quién había demostrado abiertamente su...digamos,... inmadurez.

El vendedor de bebidas y de pipas, el que va rifando el jamón, el operario del ayuntamiento que riega la plaza, el conductor de un torillo que sacaba los novillos ya muertos y desorejados para meterlos en furgonetas refrigeradas que esperaban a la puerta, el empresario con la caja de banderillas, su esposa con la caja de caudales, y sus hijos con la curiosidad propia de algunos jóvenes. El torero recientemente retirado, los guardias civiles, el policía municipal, los carniceros con sus botas de goma blanca y su vestimenta verde, los voluntarios de Protección Civil, el hermano de la madre superiora del convento, el alcalde de la localidad vecina, la alguacil que lleva al niño que recoge y entrega los trofeos...todo el mundo parece feliz, con alguna que otra excepción.

Las escasas buenas hechuras de la mayoría de las reses, la rapidez en intentar matarlas, las pérdidas de la muleta, las serias dificultades para matar de una estocada, incluyendo los pinchazos caídos, excesivamente traseros y muy repetidos...no suponen un problema para la concesión de orejas y hasta de un rabo.
Toreo, lo que se suele llamar toreo, no me atrevo a afirmar que hubiera. Después, dándole vueltas al tema, recordó que en realidad había visto toreros con su alternativa ya confirmada hacer una faena de categoría inferior y con más bien poco acierto y poca gallardía, en general.
Algún que otro gesto hubo que le resultó muy interesante pero, en general, suspenso feliz, sin acritud...Ciertamente, aprendió mucho el aficionado.



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