Ayer, 15 de septiembre de 2014, lunes, tuvo lugar la corrida anunciada como torista en Piedrabuena, Ciudad Real (España). Se trataba de torear y picar -recordemos que era una corrida de toros con picadores- seis toros de la ganadería de Dolores Aguirre, ya fallecida.
Se pueden leer las crónicas de Julio César Sánchez y Víctor Dorado en la página web del diario Lanza y en el blog "Cargando la suerte".
Los toros eran muy hermosos, parejos, con peso no anunciado en el ruedo y edades de finales de 2009 y 2010. Las cuernas parecían en general más cortas y menos astifinas de lo esperado, aunque doctores, veterinarios, autoridades y hasta jueces tiene la fiesta.
Quizás el sistema métrico decimal debía prodigarse un poco más y llegar también a los aficionados. Uno de los toros presentaba los cuernos escobillados sin que sepamos si se debió a algún golpe en los toriles.
Quizás el sistema métrico decimal debía prodigarse un poco más y llegar también a los aficionados. Uno de los toros presentaba los cuernos escobillados sin que sepamos si se debió a algún golpe en los toriles.
Desde luego se trató de toros con presencia, de los que imponen cuando se ven de cerca, especialmente en una plaza de toros pequeña.
En cuanto a bravura, fuerza y demás creo que, sencillamente, merecieron la pena, a pesar de que algunos no se comportaran como esperaban los toreros y el público. Siempre podemos recordar lo que decía Marcial Lalanda, con pluma de Andrés Amorós sobre los toros a los que se les podía sacar, a pesar de las muchas dificultades, una gran faena. Es cuestión de arriesgar y de adelantar la pierna y la muleta.
Pudimos disfrutar de toros y sobre todo, a pesar de las quejas de algunas personas -muy pocas por cierto, pero con mucha garganta-de un tercio de varas que mereció llamarse así. Si bien es cierto que el que más empeño puso fue el empresario, "el Niño de Belén", que dictaba lo que se debía hacer a diestro y siniestro, incluso explicando sus órdenes al público y argumentando con algún espectador.
El mero hecho de haber visto cómo se enfocaron estas suertes ya fue un espectáculo y demostró que se puede picar a los toros...cuando hay toros, como era el caso. Además, a pesar de las voces fue muy destacable, para los que quisimos, pudimos y supimos oírlo, que había una parte importante de la plaza que aplaudía a los picadores y sus acertadas acciones. En un toro, por cierto, que no había dado signos de flojedad ni de falta de fuerza, una persona que mantenía una actitud muy activa empezó a pedir que no se le picara, sin que hubiera recibido siquiera el contacto con el peto del caballo.
El mero hecho de haber visto cómo se enfocaron estas suertes ya fue un espectáculo y demostró que se puede picar a los toros...cuando hay toros, como era el caso. Además, a pesar de las voces fue muy destacable, para los que quisimos, pudimos y supimos oírlo, que había una parte importante de la plaza que aplaudía a los picadores y sus acertadas acciones. En un toro, por cierto, que no había dado signos de flojedad ni de falta de fuerza, una persona que mantenía una actitud muy activa empezó a pedir que no se le picara, sin que hubiera recibido siquiera el contacto con el peto del caballo.
Banderillas hubo y, como suele ocurrir, de todas las clases. Desde las impares y volantonas a las puestas con gracia y riesgo.
Los toreros aguantaron el tipo y, a pesar de la carga de responsabilidad, supieron ganarse al público, tan generoso como siempre y en sintonía con la presidencia. Se vieron detalles de buen hacer y de una profesión, aunque no saltara la chispa de la magia en casi toda la lidia.
Es muy de agradecer que se atrevieran a torear lo que muchos de los grandes rechazan.
Pudimos ver algunos pases y algunas estocadas pero, y esto es muy importante, con la emoción y la certeza del riesgo.
Robleño, Ferreira y Huertas cortaron orejas, los picadores, a pesar de cierta incomprensión, hicieron su trabajo, así como los banderilleros.
El empresario no paró un minuto con sus claros y sus sombras, su tensión y su emoción. La presidencia, acorde con el pañueleo y con las otras peticiones más directas y explícitas. De agradecer, el programa de mano con extractos del reglamento taurino y la información sobre los toreros y los toros, en las puertas de la plaza. Nos hubiera gustado que alguno de los picadores, desde el callejón, no se uniera a la petición de trofeos.
La plaza no estaba llena pero pudimos observar, esperanzados, un buen número de jóvenes, noticia nada desdeñable y a tener muy en cuenta.
Desde aquí, nuestra enhorabuena y agradecimiento al empresario, al ayuntamiento, a la ganadera y a todos los protagonistas, incluyendo el personal de la plaza, monosabios, areneros, mulilleros, músicos y demás servicios de seguridad y sanidad.
Como anécdota, una vez que habían sacado a hombros a Emilio Huertas, un niño de unos tes años, salió a la plaza con una muleta y un estoque e hizo prácticamente todos los movimientos típicos del torero, siendo verdaderamente gracioso y entrañable.
Falta mencionar el cansancio producido a uno de los toros que terminó con en el en el suelo.
ResponderEliminarLa práctica de hacer correr al toro desde que sale y tenerle continuamente distraido también hizo mella en el ganado.
Hubo momento en los que el toro podría perfectamente acometer a cinco capotes en la misma dirección.
En los oficios de la plaza, el de aguaderos no retribuidos y captadores de complacencias circulantes por el callejón no se ha mencionado.
El trato dispar del empresario a los diestros que no apodera, respecto de los que si apodera también llamó la atención.
La petición de música del empresario y la petición del diestro que repitiera las mismas series de tandas cuando la música acaba de tocar y cuando el torero ya había cambiado su estoque por el de hierro de verdad, nos hacía entrever que el empresario solicitaría la salida a hombros del diestro que apodera.
En este tipo de corrida hubiera cabido la diginidad como recompensa. Los excesos nos hacen recordar las ventajas que se toman para que este resultado se posible.
Monerías a los toros, ninguna. Sustos, varios. El corazón encogido, muchas veces. Invocación a todos los ritos supesrticiosos de los que tenían que pisar al ruedo presentes y sin disimulos. Comentaristas abstraídos por otras presencias o entregadas a las relaciones sociales a simple vista.
Público muy serio que se merecía mayor dignidad del empresario que frivolizó con su excesivo protagonismo y autoridad sobre el desarrollo de la lidia.